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La melancolía contagiosa en El Sur

Carlos Vela

 

Omero Antonutti camina en El Sur por una calle del norte, oscura y solitaria, más oscura y más solitaria por estar en una ciudad de provincias de otro tiempo, allá por el comienzo de los años sesenta. Antonutti camina por una ciudad por la que el tiempo se espesa más aún por estar rodeada de murallas, cerca de un río; una ciudad que siempre vemos en sombras, las sombras del crepúsculo, la sombras de la noche. Arrastra su propia sombra negra con profesionalidad de borracho tranquilo, melancólico. Con inutilidad de borracho no es capaz de encenderse su cigarrillo y pide fuego, después se abandona al humo que le envuelve, pero no estamos solos, lo vemos con los ojos de su hija que también pasea sola, por la noche, y que le mira con tristeza, y de frente, ya no le mira(mos) desde abajo como antes, le mira de frente con melancolía, porque ha pasado el tiempo y ya no le puede ver igual que cuando era niña y le admiraba desde abajo, y nosotros le admirábamos en contrapicado. Ella lo mira con desaliento porque él la ha dejado tocada, devorada para siempre con su melancolía.

Esta es la película de un padre saturnal que devora sin querer, a su pesar, y al que la carga de esa culpa que nace de su melancolía le hace aún más melancólico. Pero no todo en esa oscuridad es negativo, no todo es descenso, la hija de este padre tiene el privilegio de no estar sumida en la vulgaridad que les rodea, su soledad es don y castigo al mismo tiempo.

El mal de Antonutti es contagioso para su hija y para el espectador. Acompañando a Estrella vamos poco a poco empapándonos de una lluvia fina de emociones melancólicas. De forma imperceptible, a través de imágenes simbólicas que no se explicitan como símbolos, se viene hacia nosotros toda la iconografía tradicional de la melancolía. Caminos que son tiempo donde una figura sola se aleja, árboles sin hojas que nos hablan de estaciones de fría oscuridad, una casa solitaria separada de la ciudad, diálogos de plano y contraplano entre figuras aisladas, acompañadas de una luz fría, norteña, o aisladas por las sombras de la pintura tenebrista que las parte en dos. Norte nevado y sur sólo evocado por postales pintadas (no vemos el sur por causas ajenas al director, pero lo importante es que no lo vemos). Erice famoso por citar a Vermeer y al tenebrismo, incorpora sin citar abiertamente toda la herencia melancólica, una de estas tradiciones que por tocar fibras profundas está muy grabada en nuestro inconsciente cultural, en nuestros hábitos emocionales y en nuestra consideración de la excepcionalidad, especialmente en el arte.

Fueron Ficino y sus discípulos quienes un día nos dijeron, como Aristóteles, que los melancólicos no eran sólo enfermos y que su enfermedad era causa de genialidad, a partir de ello se divulgó y vulgarizó esa idea de que la enfermedad y la excepcionalidad del conocimiento y la creación caminan juntas. En la película y la novela El sur, tenemos un espléndido ejemplo de como esa idea ha pasado a formar parte de nuestro inconsciente cultural, de nuestra tradición, no necesitamos pensar en ello, es algo que asumimos sin saber de donde proviene. ¿Quién no ha visto a alguien que usa la enfermedad para parecer artista?

La novela de Adelaida García Morales comienza con un epígrafe de Hölderlin ("¿Qué podemos amar que no sea una sombra?"), que en sí mismo conlleva un sentimiento de desencanto vital, de pérdida, de dolor por la brecha entre la realidad y el deseo, y de carencia melancólica, que es el que da el tono a buena parte de El Sur.

Es coherente que el texto comience con una cita de un autor romántico, con una expresión de abatimiento del que también forma parte la excepcionalidad del personaje del padre. Es el padre similar a esos héroes románticos cuya individualidad excepcional los aleja del mundo de aquellos a los que los románticos alemanes llamaban los filisteos. El padre de Adriana se siente ideológica y vitalmente al margen de los convencionalismos de la sociedad franquista, de la sociedad tipificada por la niña Mari Nieves y del fanatismo religioso de Josefa y la madre, ese fanatismo que genera culpa, que hace que la protagonista se vea a si misma como un monstruo. Hasta el propio suicidio del padre puede ser visto, además de en función de su degradación personal, como expresión de esa excepcionalidad romántica a la que hago alusión.

En la novela, el contagio del padre hacia la hija es aún más intenso, sobre todo por la forma en que se enfatiza la prerrogativa de la rareza. La hija se ve a sí misma con orgullo compartiendo el aislamiento melancólico de su progenitor.

Ella, como narradora, como artista, con jactancia romántica, se alinea bajo el signo de Saturno, se identifica con su padre en dicho distanciamiento de la norma, no es sólo exclusión, es aislamiento en su doble cara melancólica, necesario y sufrido al mismo tiempo.

 

El aislamiento que tanto en el relato como en la película tienen una dimensión política, son una familia de parias que van de un lugar a otro a causa de las ideas políticas del padre, tiene también una dimensión que va más allá del contexto político del franquismo; El Sur esta impregnado de un desamparo trágico, y los personajes con respecto a los que se siente soledad y rechazo no sólo tipifican la sociedad franquista, sino a los "fariseos" en general, por eso, ella habla de Mari Nieves y de sus sensaciones hacia esa niña en términos universales: "sentí entonces que para toda la gente de este mundo Mari Nieves siempre tendría la razón."

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