ARTESATURNO

A MODO DE EPÍLOGO

CARLOS VELA

ARTESATURNO

Querido lector-visitante, esperamos que hayas sentido el mismo placer recorriendo estas páginas-salas que el que hemos sentido nosotros al editar electrónicamente la obra de Vicente Layna, a quien por muy buenas razones hemos dedicado el primer número monográfico de ARTESATURNO.

La obra visual de Layna nos hechiza sensorialmente, deleita a los ojos con sus suaves brumas, no renuncia en absoluto a lo placentero. En tiempos de la postvanguardia no nos ofendemos ante lo agradable y no consideramos que lo que nos produce placer sensorial no pueda ser ventana abierta a lo ilimitado. Efectivamente, la obra que has visitado en estas páginas es heredera de una de las líneas más fructíferas de la modernidad, que para nosotros ya es fructífera y productiva tradición, o sea, aquella que quiere dar expresión a lo que puede ser vislumbrado pero no puede ser identificado ni hacerse visible, aquello que no tenemos capacidad de expresar y a lo que podemos aproximarnos mejor a través de formas sin clara referencia visible. Esos títulos que no son por sí mismos, ciertos, explicables, tales como Geus, Ambientes Fragmento, o Bloques paisaje nos hablan de esa búsqueda necesariamente irónica de lo indecible.

No tenemos una única poética marcada en esta revista, pero si hay una tendencia, y ello se muestra en buena parte de las obras que en sus páginas-salas se ven, a abrir las puertas a lo recóndito, hermético y de rica oscuridad, oscuridad como la del tenebroso y productivo estómago del dios que nos da el nombre. No nos importa tanto que el camino sea de abstracción o figuración, sino las brumas tras la ventana y lo que se vislumbra en ellas.

Las brumas de Vicente Layna nos envuelven, nos deleitan pero nunca son vapores venenosos o relamidos porque en ellas se sumergen las imágenes de lo mistérico.