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ARTESATURNO |
VICENTE LAYNA, UN PINTOR EN BUSCA DE UNA POÉTICA HÉCTOR ROMERO |
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Lo primero, explicar el título. Algo que, por otra parte, no entraña una especial dificultad.Vicente Layna es, además de pintor, poeta. No sé con cuál de estas dos formas de expresión se encuentra más cómodo; cuál actividad entiende como principal y cuál como complementaria, si es que alguna vez se ha planteado tan innecesaria jerarquía. En todo caso sí voy a defender que hay una complementariedad entre ambas. Que una se apoya en la otra y que pretende llegar con una donde la otra no alcanza. Desde luego pienso que hay una continuidad temática y sostendré, bien sea tentativamente, que en su obra pictórica Vicente Layna busca una poética que con su poesía teme no alcanzar completamente. Quizá hay una motivación personal detrás de esta apreciación. Vicente Layna dedicó una serie de cuadros a homenajear poetas (a captar mediante la pintura distintas sensibilidades poéticas). Serie que ocupa un lugar muy concreto de su trayectoria como pintor, después de que se agotara, extenuado, un proyecto largo dedicado al concepto del estallido y el intento de representar un momento a la vez crítico y genético; e inmediatamente antes de su obra más reciente, caracterizada por la profusión de materiales y la incorporación de la madera como soporte. Los cuadros dedicados a José Ángel Valente, Juan Larrea, Antonio Colinas, Benjamín Prado o Leopoldo María Panero, junto a alguna otra obra de esa misma época (“La ciudad”, sin duda, y el homenaje a Eduardo Chillida, la investigación sobre materia y movimiento) son, a mi juicio, los más importantes en su trayectoria artística. Son, en fin, los que más me gustan. Asumiendo, pues, el carácter tentativo de tan arbitraria conclusión, este comentario será breve y necesariamente leve. A él le habría gustado algo festivamente temerario, pero sólo me alcanza hoy el valor para cometer una arbitrariedad que me perdonará y no una temeridad, aunque fuera ésta igualmente disculpada. Los temas principales en la obra poética de Vicente Layna son, a mi juicio, tres: la soledad, el dolor y la búsqueda de interlocutor desde la intimidad. Tres temas que, insisto, encontramos igualmente en sus cuadros y que desde un punto de vista formal se sostienen sobre un mismo fundamento: la expresión de lo confuso, de una incapacidad para la claridad que va más allá de la mera celebración de lo abstracto. (Un apunte: debo advertir que su pintura alberga otro tema recurrente que en su obra poética se manifiesta de manera más puntual; un tema clásico: la tensión entre naturaleza y civilización, paisaje natural frente a paisaje urbano. Tensión que se expresa más bien desde su dimensión mítica y no desde su dimensión ética, pero que Layna entiende como fuente de inmoralidad). Así pues, la confusión produce soledad (en ocasiones sólo produce introspección, pero al final siempre produce soledad), la soledad produce dolor, que se expresa en la búsqueda de un interlocutor a quien, sin embargo, no se siente capaz de trasmitir más que esa confusión. Renunciando a la claridad y buscando, únicamente, amparo. No hay, en todo caso y para evitar malentendidos, una estética de la resignación. Ni mucho menos una apología de ésta. Se trata sencilla, humildemente, de instalarse en la confusión (a veces desorden, a veces tan sólo ruido) e intentar compartirla, asumiéndola como condición, como espacio común. Sí, humildemente. Porque es esa humildad la que le impide hacer de la expresión de su intimidad un testimonio. Bien pudiera hacerlo cuando otros, no más autorizados, sí lo hacen.
Héctor Romero Ramos
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